jueves, 19 de mayo de 2011

Escribe mi primo @gnzlquevedo

lunes dieciséis, casi dieciocho

escribo acá, en una oficina. hay monitores y manchones blancos, como en cualquier oficina. hay una ventana que da a la terraza de una casa en la que dispusieron un lavadero y, dentro del lavadero, una esclava a sueldo que toma dos colectivos para ir desde su casa hacia ese lavadero en la terraza de una casa vecina a mi oficina. ella y yo estamos trabajando. mientras trabajamos sentimos que hay cierto sentido, cierta utilidad en lo que hacemos. después, al girar, al encontrarnos mientras yo fumo y ella se seca la frente, nos inquietamos. es un instante que revela que yo tuve más suerte que ella. porque es suerte, muchachos, condiciones de existencia: lo que decía durkheim, pero sin las teorías boludas de su época que ya, por suerte, creemos haber superado.

la empleada doméstica (domesticada) me mira y no imagina lo que yo hago, porque básicamente fumo en la ventana y ella de fumar nada. ella lava, seca, plancha. cerca de las seis de la tarde (de las dieciocho, como gustan los locutores radiales), se cambia la ropa y mira una vez más hacia la ventana. yo estoy sentado, escribiendo esto. ella está por irse a la casa, dos colectivos mediante. me mira todavía sentado, imagina que aún trabajo y se conmisera de mí, porque su jornada ha terminado. yo no trabajo, escribo sobre ella. más tarde me subo al auto y manejo hasta mi casa. un solo auto, mío, con la música al palo. 

si algún día me quejo de algo péguenme un tiro en cada pierna.

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