lunes, 4 de julio de 2011

La corrupción y la capacidad de indignación

¿Nos acostumbramos a la corrupción? ¿Los argentinos nos compramos el "roban pero hacen"? ¿Perdimos la capacidad de indignación frente a los escándalos de corrupción? ¿Nos rendimos? 

Una interpretación posible es la que expuso -con toda coherencia gorila- anoche Mariano Grondona: según dijo, el impacto de los escándalos de corrupción en la intención de voto es menor en las clases populares que en las clases medias, y se lo atribuyó al menor nivel educativo de los pobres.  Claro, se lo dijo a Pino Solanas, con gesto cómplice, sabiendo que el candidato que una vez voté, comparte esa visión prejuiciosa, elitista y, si se me permite la expresión, sorete, de la cosa.

Si bien en el imaginario colectivo de gran parte de la clase media hay una subestimación atroz, horrible, de la calidad del voto de la gente pobre, no hay motivos que se verifiquen en la realidad que apoyen esa subestimación.  Sin embargo, sí hay algo para decir de la clase media, más cercana y por lo tanto, más fácil de interpretar.

Desde mi punto de vista, este proceso de tolerancia social a la corrupción tiene varias aristas que vale la pena revisar.  En principio, lo que me perturba profundamente, como un dedo en el culo, es que demasiadas personas supuestamente honestas que conozco (con pocas excepciones), del llano, los que se indignan con la corrupción gubernamental, los que gritan en los asados contra los ladrones del gobierno, los que van a votar por alguien en base a la honestidad prometida, los que dicen airadamente que los políticos jamás piensan en la gente, los que tienen en la peor de las estimas a "los políticos", los que dicen que la política es sucia, es decir la mayoría lejos, incluida gente que quiero mucho, son también corruptos.  En otro nivel, con otro alcance, menos efectivo, pero igual de corruptos que aquellos que deploran.  

Ejemplos, típicos chajarienses: Contrabandear de Paraguay, o comprar algo que viene de contrabando (GPS, notebooks, cámaras, cubiertas, etc.) porque es más barato.  Enajenar alguna propiedad para pagar menos impuestos o para obtener alguna ventaja del estado.  Prestarse de testaferro.  Obtener un subsidio que no se necesita.  Malversar el destino de un crédito otorgado para producción. Hacer trampa contable para robarse el IVA que el consumidor paga al estado (esto ha sido condición de supervivencia comercial en otros momentos, pero hoy no lo es).  Comprar algo que a uno le gusta mucho, o repuestos para el auto, muy baratos, sabiendo o sospechando que son robados.  Mantener empleados en negro, pudiendo blanquearlos.  Evadir una multa alta, por una infracción grave en una ruta, coimeando al policía.  Inscribir el auto en Mocoretá (Corrientes) porque la patente es más barata (ya casi en desuso).  Declarar el valor fiscal de los inmuebles en la compra/venta, en lugar del real, para blanquear dinero de ventas en negro.  Etc, etc, etc, etc, etc. Claro que siempre hay justificativos para esto. Cada uno los tiene. Pero esos justificativos valen para todos.  Digo, rechazamos o avalamos la corrupción en todos los casos.  Me parece que si vamos a indignarnos con la corrupción, corresponde empezar por casa, digo, actuando honestamente y no solamente de pico, reclamando que otros lo hagan.

Piense, el que lee esto, si alguna vez hizo o está dispuesto a hacer estas cosas que acabo de plantear.  Me consta que son muy, pero muy pocos los que quedan afuera de estas conductas y  muchos de los que no lo hacen, es más por imposibilidad que por ética.

No es la idea ponerme en inquisidor con la gente común, mucho menos defender al político corrupto, pero la verdad es que evasión, la coima y el contrabando no son picardías, son acciones de corrupción.  Es decir, no me da la cara para condenar al funcionario y hacerme el boludo con el hijo de vecino.  Obvio, el saco es para el que le quede.  

Mi conducta es dejar pasar cosas sin juzgarlas, pero no hacerlas, porque me parecen mal.  No las juzgo porque entonces debería condenar a casi todos, incluyendo a gente muy querida, y aislarme.  No las juzgo, porque además cada uno tiene sus razones para hacer esas cosas y si las hace es porque el estado permite hacerlas.  No me parece bien, no creo que sea correcto y en consecuencia no lo hago yo, ni lo avalo.  Lo tolero porque no queda otra, aunque me molesta profundamente.  Tampoco me siento en ningún pedestal  como para andar señalando a todos.  Solamente digo que el indignado con la corrupción poquísimas veces está a la altura de lo que reclama.

Estas conductas corruptas del llano, habituales, aceptadas, claramente mayoritarias, necesariamente elevan el umbral de tolerancia frente a casos resonantes de corrupción política.  También opera el "si no lo hago  yo, lo hace el otro, o mi competidor, y me arruina".  Otra cosa que baja la exigencia de honestidad por parte de la sociedad, es la cantidad de promesas de campaña sobre terminar con la corrupción, que fueron incumplidas.  Si uno votó varias veces con arreglo a la honestidad prometida, con horrendos resultados, entonces hay que ser un pelotudo para repetir el criterio.

Podria ser que el problema nuestro no sea la corrupción, sino la incoherencia, o la impotencia de las instituciones para sancionar la corrupción, tanto en el llano como en la política.  Se vive, aunque cada vez menos, en una suerte de ley de la selva, donde queda en la voluntad de los ciudadanos cumplir con esas normas que sirven para evitar los abusos por parte de quien tiene más posibilidades económicas, sobre el que tiene menos herramientas para progresar y sobre el estado.  

El panorama no es tan sombrío, es cuestión de aflojarle a la denuncia y meterle ficha a los sistemas de control.  Es decir no correr atrás del hecho consumado, sino evitarlos para el futuro.  Que una persona no cometa actos de corrupción porque no pueda, o porque el riesgo sea demasiado alto.  La tecnología tiene un valor inestimable para estas cosas y es hora de ponerse a estudiar para usarlo con este propósito.  Digo, en lugar de rebuznar, resolver.

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